Sólo puede quedar uno
Foto: 20minutos.
Los cinco aspirantes a rector de la Universidad Complutense se miden en debate público
Si alguien hizo cola en la puerta de la sala de actos de la facultad
de Ciencias de la Información fue, sin duda, la expectación. Los cinco
candidatos salieron de los carteles publicitarios y los correos de propaganda
para enfrentarse unos con otros y a sus potenciales votantes.
Carrillo (63 años, actual rector) y Calduch (63, Relaciones
Internacionales) saben que no pueden hacer promesas si no liquidan la deuda de
la Complutense. Por eso, sus discursos se enfocaron hacia la economía: la
renegociación de la deuda y la necesidad de la financiación complementaria
fueron sus temas centrales. Además, se centraron en los hechos y los datos:
Calduch para basar en ellos sus propuestas y Carrillo para defender su
gobierno. O eso se deduce, porque con la cabeza hundida entre papeles, la elevada
velocidad de lectura y el acento francés, se entendió torpemente su discurso.
Andradas (59, vicerrector con
Berzosa) y Morán (59, exsecretario de Universidades del PP) resultaron más
idealistas. La lectura sistemática de sus discursos evocó propuestas de futuro,
orientadas más hacia las personas y el prestigio de la universidad: a los
estudiantes, investigadores, personal de administración y servicios.
Dámaso López (62, filólogo y profesor) puso la nota de
humor. Dueño de su asiento y sus ideas, no necesitó consultar en el papel,
porque no quiso hacer las propuestas más concretas. Parecía más un profesor
concernido por la situación que un candidato a gobernar la universidad y,
aunque alabó las propuestas de sus compañeros, hizo un llamamiento a la
sensatez a la hora de escoger candidato.
No fue hasta la última parte cuando los monólogos dieron
paso a un tímido debate. Carrillo por fin dejó de leer su discurso para
responder los ataques de Morán, que a su vez había sido objeto de la picardía
de Dámaso López. Andradas trató subirse al barco contra Carrillo, pero la
experiencia del actual rector le hizo retirarse a tiempo y proseguir sin atacar
de frente. Calduch no daba lugar a dudas: con cada frase sentenciaba y nadie se
atrevió a discutirle.
Al final, con sus bromas políticamente incorrectas, el menos
correcto del todo el debate resultó ser, irónicamente, el moderador.