El juicio público

2:03 Claudia Mañas 0 Comments


El domingo 3 de abril se destapó al mundo por vez primera el escándalo de los papeles de Panamá y, con él, nació el monopolio de las informaciones periodísticas de los próximos días, semanas y quién sabe si meses.


De vez en cuando -y sólo de vez en cuando-, las críticas, las malas prácticas, los reproches y los vicios del periodismo, quedan eclipsados bajo un gran logro, producto de un acontecimiento excepcionalmente bien tratado o el trabajo de un profesional con los principios en su sitio. Los papeles de Panamá son uno de esos extraños fenómenos que ponen el orgullo de los periodistas por encima de las caras coloradas y los 'facepalms' que más de un día nos provoca pertenecer a este colectivo.

Cuando el periodista está más acostumbrado a mencionar de pasada que se dedica a cazar historias, cuando sólo puede soñar con el día en que pueda volver a presumir de su dedicación, ¿cuál será su actitud ante un acontecimiento que lo lanza a la cima del éxito? ¿Será un buen ganador?

Cierto que el creador de una empresa offshore es sujeto de sospecha, por la propia naturaleza de la empresa. Sin embargo, eso no convierte a todo poseedor de una empresa en el extranjero en un defraudador del fisco. El problema viene cuando los medios convierten a los sospechosos en culpables, sin dar tiempo a la justicia a que lo demuestre.

El periodismo, a veces, acierta. Y como no está acostumbrado, las consecuencias son desmedidas. Acertó con el Primer Ministro británico David Cameron cuando aseguró que se había beneficiado de la empresa offshore de su padre. Como todo político con cierto bagaje, su acto reflejo fue negarlo. Días más tarde, reconoció su implicación y manifestó su intención de asumir la culpa. Pero ya daba igual; para entonces todo el mundo pensaba que era culpable. Los periodistas le habían acusado y la audiencia había dictado la sentencia. Fallo inapelable y nuevo éxito para el periodismo.

        

El problema de este juicio, es que la sentencia pública se dictó a falta de todas las pruebas. Y eso es precisamente lo que hacen los profesionales de la información cuando detectan un caso que puede nutrir su maltrecho orgullo durante meses: informan sin conocer todos los datos, dan voz a personajes que especulan en escenarios liliputienses, confunden e intoxican a la audiencia. Y en ese caos la verdad repta silenciosa y queda a menudo sepultada entre tanta conjetura. Le falta fuerza para que se la escuche con tanto interés como las opiniones sin reflexionar y no sirve a los 'conjeturados' para recuperar la reputación que pudieran tener antes del juicio mediático.

Entre todos los vicios que comete el periodista, este me parece especialmente peligroso. Y es que cuando el orgullo entra por la puerta, la prudencia sale por la ventana. En el caso de Cameron no ha ocurrido nada que no debiera pasar, pero cuando los periodistas se equivocan y no rectifican en la misma proporción -incluso haciéndolo-, lo cierto es que el daño del juicio mediático es difícilmente reparable.