Estrictos no es extremos

0:02 Claudia Mañas 0 Comments



"Era un grupo de vegetarianos extremos". Así es como describió hace un tiempo Ana Blanco a unos encapuchados que maltrataron con nocturnidad algunos elementos del mobiliario público de Barcelona. Podía haber dicho que eran del Barça, o que eran rubios, o nada, pero el caso es que dijo que eran vegetarianos. Y extremos, ojo.

Como espectadora, me pregunto: ¿Qué le importará al público que los sujetos en cuestión sean vegetarianos, abogados o polacos? ¿Sugiere la presentadora que su estilo de vida basado en la alimentación vegetal les ha llevado a cometer semejantes actos de vandalismo? Quiero pensar que no.

Del mismo modo, quiero pensar que el calificativo que califica al calificativo -extremos, en este caso-, ha sido un desliz de la periodista en la rápida lectura del teleprompter. Quiero pensar que ella se refería en realidad a los vegetarianos estrictos, conocidos también como veganos y denominados así porque, a diferencia de los vegetarianos, no comen, visten o consumen productos o servicios que empleen animales. Existe una diferencia entre veganos y vegetarianos, igual que existe una diferencia entre extremos y estrictos. 

Ocurre algo similar con las noticias que, informando sobre una pelea callejera, por ejemplo, mencionan la raza, etnia o nacionalidad de los implicados sólo en algunos casos. ¿Cuántas veces habremos leído "los detenidos, de etnia gitana" o "el acusado, de nacionalidad ecuatoriana"? En cambio, ¿cuántas veces señalan la nacionalidad cuando es española o el color de piel cuando es blanco, si no es para desmentir que sea blanco o español? En estos casos debemos preguntarnos: ¿Es la nacionalidad, la etnia, el color de piel, el sexo, la orientación sexual etc. un dato que aporte mayor valor a la noticia?



Personalmente, no dejaría que reparase mi coche nuevo un mecánico que no supiera usar una llave inglesa, del mismo modo que no depositaría mi confianza como espectadora en un periodista que no es escrupuloso con el lenguaje.

Para ilustrar este ejemplo le ha tocado a Ana -y no porque tenga nada contra ella, sino porque recuerdo especialmente bien esa chapuza de noticia-, pero perfectamente pueden encontrarse otros ejemplos en decenas de periodistas que cada día eligen ser infieles a su lenguaje. Si nuestra labor es describir el mundo y el medio para ello es el lenguaje, entonces debemos tener un gran dominio sobre él. Los periódicos están a diario llenos de periodistas diciendo cosas que en realidad no quieren decir. Y, por tanto, la prensa está llena de lectores aprendiendo cosas que en realidad no deben aprender.


No es tan complicado. A la hora de escribir, muchas veces la decisión se reduce a incluir o descartar términos para el texto final. Desconfiar de los sinónimos, por ejemplo, es una táctica: en general, si hay dos términos es porque expresan dos realidades distintas. Y, aunque puedan ser intercambiables, existirá un matiz que los diferencie y, por tanto, tornará a uno más apto que otro. Decidir en este caso cuál es más apropiado es un buen ejercicio de aproximación a la verdad, para nosotros y para el público que va a conocer el mundo a través de nuestros ojos.

Un lenguaje escrupuloso garantiza una mejor compresión del entorno. Como decía el filósofo Ludwig Wittgenstein, "lo que no se nombra no existe". Y, por extensión, lo que se nombra mal, existe mal -en las mentes del público, añadiría-. Lo que se nombra mal, genera una percepción equivocada y trastorna toda una realidad. Y si la información es la base de todas las decisiones, la mala información se convierte en la base de todos los malentendidos y desaguisados. Qué responsabilidad, ¿verdad?

Y para muestra, un botón...